El fin del siglo americano

Por Guillermo Descalzi

Entre Teddy Roosevelt y Donald Trump encerramos lo que fue el Siglo Americano. Difícilmente hay figuras más contradictorias. Reflejan la inevitabilidad de la retirada global del Imperio Americano: los Estados Unidos; que sembró más de 800 bases militares en 150 países y cuyo presupuesto militar anual se mide en cientos de miles de millones de dólares.  

¿Qué buscamos con ello? Al principio buscábamos nuestra independencia, luego fuimos tras la gloria. “Los cañones de nuestros buques nos han despertado”, dijo Teddy Roosevelt, el diplomático de las cañoneras. El despertar continúa hasta hoy, pero ya no tan gloriosamente.

Nuestra posición entre los países se elevó súbitamente a fines de la Segunda Guerra Mundial, cuando nos quedamos con la única planta industrial intacta en el planeta entero y nos creímos los más ricos. Y lo fuimos, pero la planta industrial del mundo creció y nos sobrepasó.

Los logros en los últimos dos conflictos mundiales nos llevaron a creer que trabajábamos por la libertad del mundo y después nos opusimos al comunismo soviético, que terminó en 1991, con la caída de la URSS, y quedamos sin un objetivo claro al cual dirigir los cañones de Roosevelt. A diferencia de su imperialismo, el que vino tras la 2da Guerra Mundial se reprogramó como escudo y espada de la democracia, una meta todavía gloriosa pero también difusa, casi “invisible”.

El fracaso de la absurda imposición de las ideas democráticas

¿Por qué rodear el mundo con tropas, bases y portaaviones? ¿Por qué gastar cientos de miles de millones en defensa cuando en nuestras ciudades brotan los desamparados, con millones en la pobreza? Estados Unidos descuida sus entrañas y lo hace por “virtud paternalista”, para no desvirtuar al pobre y malcriarlo. Antes se predicó el ahorro y ahora se fomenta el crédito, que es gasto, mínimamente inflacionario en el mejor de los casos, pero al fin, inflacionario.

Richard Nixon, nos metió en una inflación sistémica eliminando el patrón de oro para promover nuestro “crecimiento”, y de paso, ganar seguridad política para él. Hoy la inflación sirve para disminuir el valor de la inmensa deuda americana, pero no disminuye la deuda individual a corto plazo, por los siempre presentes intereses que pagar. La antigua ilusión de la casa propia ahora es la ilusión de llegar en algún momento a vivir sin deuda.

La posibilidad de que el mundo adoptase nuestra manera de vivir y pensar nunca fue real. Una cosa es luchar para proteger una idea, otra es luchar para difundirla. No funciona así. Es una de las razones por la cual nuestro poder se volvió irrelevante.

No tenemos nada que hacer con nuestra pretensión de “liberar” al mundo. Los países permanecerán como están hasta que sus propios ciudadanos logren su libertad. La libertad es propia, nadie puede dársela a otro porque libertad es liberarse de la esclavitud sufrida a manos propias… y eso es lo que nuestros partidos políticos necesitan hacer ahora, librarse de su propia sujeción.

Otra razón, es que las superpotencias de hoy, a diferencia de la nuestra, no se dedican a difundir su modo de vida. Rusia y China serán antidemocráticas, pero también quieren ser capitalistas, y no cuestionan nuestra manera de vivir.

El caso chino es extraño, es un Comunismo Capitalista: un “Comu-talismo”. El modelo ruso tiende al fascismo, su antiguo gran enemigo… Es que las cosas muchas veces se convierten en su opuesto, como el partido republicano que buscó el fin de la esclavitud, y que se ha vuelto el partido de hoy.

¡Bárbaros en las puertas!

Hay indicios de que enfrentamos a algunos de los mismos factores que fracturaron el Imperio Romano, como su creciente falta de eficacia militar (no hemos ganado una sola guerra en 76 años de conflictos periódicos), su corrupción política y económica, sus fisuras culturales y, ¡oh sí!, los bárbaros en las puertas.

La pérdida de supremacía militar y económica, y la caída del primer rango en educación, salud y bienestar, están bien documentadas. Carecemos de la voluntad política necesaria para traer de regreso -como si fuese posible- nuestro paraíso perdido de la última postguerra. Por eso, por la imposición de su voluntad, es que muchos admiran hoy a Trump.

“Sus” republicanos creen que nos devolverán a la gloria con el ejercicio de su voluntad, pero la cosa no es tan simple. La voluntad suele ser del ego, y cuando el ego es disparado… No hay mucho trecho de disparado a disparatado. El sistema de dos partidos es hoy de “dos y medio”, con demócratas y trumpistas, dos partidos completos, más los rezagos del antiguo partido republicano como medio partido… o menos, quizás un cuarto de lo que fue.

Otro “plus” de Trump, aparte de su voluntad: su nomenclatura. El espectro que acecha a los Estados Unidos, el de la gran caída, está en su eslogan de “Make America Great Again”: correcto porque asusta con su implicación de que ya no es tan grande. Y así, entre “T” y “T”, Teddy y Trump, se encierra lo que fue -ya se puede decir con claridad que fue- el siglo americano.

 La caída del imperio soviético y el fin de la Guerra Fría podrían haber cimentado nuestra posición mundial, pero, lejos de eso, desde George H. Bush, el republicanismo se embarcó en las luchas internas que nos ha trajeron al sistema de 2½ o 2¼ de hoy. Los conservadores, los neo-cons que apoyaron a Reagan, se abrieron de George H. W., elevaron los impuestos por esa “traición”.

El segundo Bush adoptó la creencia neoconservadora de que, como única superpotencia en un mundo ahora supuestamente “unipolar”, teníamos derecho a emprender acciones militares unilaterales. El resultado: 20 años de guerras desastrosas y, peor, “a crédito”.

Los romanos dependían de trabajo esclavo. Este país cuenta con trabajadores mal remunerados en el campo, en lugares de comida rápida, domésticos, empleados en grandes hoteles, obreros de construcción, etc., y es poco probable que exijan más porque son parte de los “invasores”, a los cuales nos negamos a legalizar por fisuras culturales y raciales envueltas en legalismos.

Con millones en la pobreza, nuestra economía, que se nutre del consumo, no puede sobrevivir intacta tras el empobrecimiento de tantos. Los billonarios no van a comprar lo suficiente para sacarnos de este hueco… y la élite política se resiste a cualquier cosa que ayude a los empobrecidos en calles y bajo puentes, con sus pertenencias a cuestas… mientras otros se matan trabajando por mantener a sus hijos. Sí, están mejor que en Honduras o Nicaragua, dicen. ¿O no?

Vivimos con una corrupción tan profunda y disimulada que socava nuestro sistema político y legal. La más peligrosa está en una campaña incisiva y ciega que ha corrompido más que la fe en la legitimidad de nuestro proceso y nuestras instituciones. Lo que ha logrado, si acaso, es preparar al país para la supresión del voto futuro… en defensa de la democracia.

Oh, ¿y los bárbaros? No sólo están en las puertas, literalmente, las han violado en Washington cuando irrumpieron por las puertas y ventanas del Congreso.

Conclusión

Los demócratas viven con personalidad dividida, una de centro-derecha y otra progresista, cada cual tan cogida por sí misma que no es capaz de ver más allá de sus narices.

Antes del 2016 nadie imaginaba a Trump más que como un candidato de broma, el que lanzó su candidatura bajando por una escalera mecánica… pero enciende corazones, a favor o en contra, pero los enciende. Hoy es difícil imaginar a Biden encendiendo los corazones de su propio partido… y así nos dirigimos a las próximas elecciones.  

La extraña realidad de ahora-aquí es que la clase dominante política y económica, aquella en la cual sus miembros están acostumbrados a obtener lo que desean, resulta notablemente corta de discernimiento. ¿Me hubiera dicho alguien, cuando yo vivía en Búfalo como estudiante en los años 60, que lo que soñábamos entonces se convertiría en la realidad de hoy? Hubiera pensado que estaba loco… Y así se nos fue el siglo americano.

¿Trump y Mitch McConnell como líderes de una democracia en colapso, autocrática y demagógica? Ese parece ser el estado al que nos dirigimos… a no ser que Biden logre reconciliar las dos caras de la personalidad demócrata, lo cual se ve difícil.

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