El gran desentendimiento americano: ¿Por qué y por quién luchara Estados Unidos?

Por Guillermo Descalzi
Escritor, Periodista y Antropólogo

Panorama

El orden global liberal que Estados Unidos y sus aliados construyeron durante décadas se está derrumbando, sobre todo porque sucesivos presidentes estadounidenses han perdido la fe en uno u otro de sus principios. Donald Trump abrazó dictadores, amenazó con abandonar a sus aliados y trató de desmantelar instituciones y normas internacionales que fomentó durante todo un siglo.

Se avecinan conflictos. Rusia, está concentrando tropas y amenazando a Ucrania, China se prepara para apoderarse de Taiwán, y en Estados Unidos, se ve el brote de una escuela que insta a Washington a dejar de perseguir su “supremacía global”.

Esta retirada, combinada con la política híper-partidista en Washington y la aparición de líderes impredecibles y políticos faltos a la verdad, incitan a los aliados a cuestionar la confiabilidad del poder estadounidense. Estados Unidos enfrenta una sucesión de nuevos desafíos, desde la gran pérdida de su poder comercial, pasando por columnas de inmigrantes en marcha a la frontera de Estados Unidos, el surgimiento de una fuerte corriente de supremacía blanca en el país, el abandono de la verdad, a la intensificación de los encuentros con China y Rusia.

La dinámica fundamental con el mundo cambió en el gobierno anterior a Biden. China y Rusia están ahora a la caza abierta de Taiwán y Ucrania, respectivamente. Apuestan a que Estados Unidos y Europa no arriesgarán una nueva guerra en su rescate.

La capacidad de Estados Unidos ahora depende, hasta cierto punto, de su estómago para la guerra. Su política exterior se ha embarcado en una corriente que argumenta que el país ya no puede intentar hacer todo en todas partes, que debe elegir dónde concentrar su atención y recursos, y que -atención-, en ninguna de las crisis que se avecinan vale la pena ir a la guerra.

Ideas divididas… ¿ideas vencidas?

En los círculos del poder avanza la idea de que perseguir la supremacía mundial hace que Estados Unidos esté menos seguro, que hará enemigos que luego tomarán medidas contra el país. La doctrina Carter, proclamada en 1980, es un buen ejemplo.

Afirmó que cualquier intento de hacerse con el control del Golfo Pérsico, rico en petróleo, se consideraría un asalto a los intereses vitales estadounidenses. A partir de entonces, Estados Unidos se vio envuelto en los interminables problemas de Medio Oriente.

El foco de esta corriente de pensamiento está en el Quincy Institute for Responsible Statecraft, un grupo de expertos tanto de derecha como izquierda que se han puesto de acuerdo en aplaudir la retirada americana.

Andrew Bacevich, su presidente, insta a Biden a abandonar el Medio Oriente. Cree que Estados Unidos debiera retirarse “de las ideas” de la OTAN. El grupo toma su nombre del sexto presidente de Estados Unidos, John Quincy Adams, que declaró que Estados Unidos “no irá al extranjero, en busca de monstruos que destruir”.

Esta postura es criticada por poner en peligro la estabilidad global y la seguridad americana, por ser blanda con los abusos de los derechos humanos en China y el ruido de sables de Putin sobre Ucrania. La opinión pública parece dividida.

La opinión entre los expertos se divide por generación: Los más jóvenes muestran una disminución de su afán por exportar la democracia. Hay una gran desilusión con el papel misionero del país.

La izquierda tras la retirada de Afganistán, después de Trump, de los disturbios del Capitolio y el Covid, se pregunta cómo, en vista de esto, nos atrevemos a promocionar nuestro modelo. La derecha quiere que Estados Unidos haga menos en el Medio Oriente y Europa para dirigir su atención y recursos a Asia y el Pacífico.

¿Y América Latina?: En el fondo de la lista, más allá del medio Oriente, más allá del sudeste asiático, juntita a los países del África meridional.

Sudetes del siglo XXI

La administración Biden parece inclinarse hacia una guerra fría con China y una congelación definitiva de todo lo que tenga que ver con Rusia en el mundo, en caso de que invadan Taiwán y Ucrania. No contempla ir a la guerra. ‘Dejemos que Hitler se apodere de los Sudetes, eso lo satisfará’, pensó Neville Chamberlain en octubre de 1938 y vimos que no bastó. Ahora parece que se piensa sacrificar a Ucrania, como si eso fuese a satisfacer a Putin, y de paso sacrificar también Taiwán para apaciguar a Xi, ¿No?

La guía provisional de seguridad nacional de Biden, publicada en marzo, enfatiza el poder económico en casa como la base del poder americano en el exterior. ¿Tendrá en cuenta la drástica, enorme, casi total pérdida de la producción de artículos de consumo en Estados Unidos?

Se avecina una contienda global entre democracias y autocracias, liderada por China, la única potencia considerada en Washington capaz de desplazar a Estados Unidos. ¿Y si ya lo desplazó, pero no nos hemos dado cuenta?

Las prioridades de Biden son: Asia, dedicar menos esfuerzo a Europa y salir del Medio Oriente. No será fácil. La revisión del Pentágono el mes pasado dejó prácticamente sin cambio la huella militar global de Estados Unidos.

En Europa aumenta la presión sobre Washington como eje de la OTAN, incluso cuando a Biden le hubiese gustado que sus aliados asuman una mayor responsabilidad por su seguridad. Sobre Ucrania, la corriente de pensamiento dice que, si Putin invade, Estados Unidos y Europa le impondrán sanciones severas, y la OTAN se verá obligada a aumentar su despliegue cerca de las fronteras de Rusia… nada más. Si Putin se calma, parecen dispuestos a un diálogo sobre la seguridad de Europa.

Putin, al amenazar a Ucrania, está debilitando a la OTAN, sembrando dudas entre sus miembros sobre cómo responder. Cada nueva provocación rusa aumenta el sentimiento de vulnerabilidad en los países de la OTAN.

Por desconcertante que sea el problema en Ucrania, la cuestión de Taiwán y Estados Unidos con China se considera el desafío definitorio de la política exterior de la época. Es el único tema en el que demócratas y republicanos parecen estar de acuerdo, más o menos.

Rumores de guerra

Los informes de sucesivos comandantes militares pintan un panorama cada vez más oscuro sobre el desafío chino. Se está armando más rápido de lo que se había predicho y ya tiene más barcos que la armada estadounidense. En su cumbre, Xi advirtió a Biden sobre la intromisión en Taiwán: “Quien juegue con fuego se quemará”. China preocupa a los generales estadounidenses, que tienden a asumir que Xi ya tomó la decisión de recuperar Taiwán por la fuerza, que se está acabando el tiempo, que China puede sentir que tiene el poder de fuego para arriesgarse a una guerra en la segunda mitad de esta década.

Taiwán es una democracia modelo, un productor vital de semiconductores avanzados y un eslabón importante en la cadena de islas que va desde Japón hasta Indonesia, a lo largo del mar “de la China”. La mayoría de expertos y funcionarios piensan que si Xi ataca Taiwán, Biden se verá obligado a defenderla.

La escuela de la moderación en Washington está dividida. Unos piensan que no vale la pena luchar por Taiwán. Otros están a favor de hacerlo para “equilibrar” a China.

Muchos países que quieren alinearse con Estados Unidos en materia de seguridad son reacios a abandonar su comercio con China.

Una posibilidad que se ve en Washington es que los problemas internos de deuda y envejecimiento en la China cambien el equilibrio de poder, que se atasque su expansión económica y comercial, y que eso le ponga riendas a Beijing.

Los líderes de la OTAN en Europa han dicho que el comportamiento de China presenta “desafíos sistémicos” a la alianza. La UE ha lanzado una estrategia que exige el “Pacífico Chino” libre y abierto.

Por otra parte, los aliados de Estados Unidos, desde la OTAN hasta Japón y Corea del Sur, están desconcertados por la evidente retirada americana en el mundo.
Sin embargo, a pesar de todos nuestros tambaleos, muchos países continuarán aferrándose a Estados Unidos como su principal aliado.

La mayor fortaleza de Estados Unidos todavía está en esa mística que ahora corre el riesgo de perderse en estos tiempos de supremacía blanca y el abandono de la verdad en uno de los dos grandes partidos de la política americana. La política americana se enfrenta a lo absurdo en sí misma, y quizás gane el absurdo.

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