Por Guillermo Descalzi
Escritor, Periodista y Antropólogo
Andamos como hechizados. Los que están a favor de Trump porque están a favor de Trump, y los que están contra él porque están contra él, en un hechizo conjurado por la apertura de su último juicio. Trump se enfrenta a unos 55 años de cárcel en este caso, y llega a él con un as bajo la manga: Las elecciones que se vienen. Los tribunales podrán decidir su caso, pero los votantes, y sólo los votantes, tendrán la última palabra.
En las elecciones que se vienen Trump no sólo se juega la presidencia, también juega su libertad. Si es derrotado, entonces se podrá implementar lo que decida la ley. Sólo entonces importará lo que haya decidido. La elección cumple un doble propósito para él: aislarlo de la ley, al menos momentáneamente, y lograr su regreso a la presidencia en caso de salir victorioso.
Mientras tanto, sus argumentos, amenazas o mentiras, llámenlos como quieran, le siguen siendo muy útiles. En estas elecciones se repetirá el asombro, el delirio, la consternación y el agotamiento ante lo que diga. ¿Por qué es importante? Porque su presencia sin trabas pone en juego el futuro de nuestra democracia, el traspaso del poder, la independencia del sistema judicial, el alcance de la libertad y el que nadie esté por encima de la ley. Tres años después de salir de la Casa Blanca, Trump se encuentra hoy más fuerte que entonces, y con una gran probabilidad de volver a ella no por su desfachatez en sus pronunciamientos sino precisamente por ella. Algo que causa alarma: Su aferro a las mentiras y su capacidad de aprovechar el resentimiento de otros. Si vuelve no se contentará con volver. Sus manos se cerrarán sobre el poder, y el futuro de los Estados Unidos habrá cambiado.
Los argumentos de Trump surten efecto. Los republicanos lo respaldan con una avalancha de apoyo y dinero, y lo apoyan incluso cuando aceptan que es muy probable que haya cometido crímenes, lo que amenaza al sistema que es. Los republicanos se han pasado dos años reescribiendo la narrativa de los disturbios del 6 de enero, pintándolos como una lucha por la libertad contra un Deep State, un “estado profundo” que nos aplasta para controlarnos. Eso le da fuerza a su candidatura, ese populismo nacionalista, nacional populismo que parece ser la última moda de la ultra derecha tanto americana como europea.
Sus aliados en el congreso se han unido en torno a él y arremeten contra el Departamento de Justicia, mientras la mayoría de sus rivales republicanos se niegan a atacarlo, rehúsan ir contra el ídolo, y es que eso es Trump, el ídolo de un culto, la cabeza de un movimiento casi mesiánico, el culto a Trump a quien están dispuestos a seguir hasta perder, si ese fuese el caso.
Otro elemento en su defensa es el caso del hijo de Biden: ¿Qué pasa con él? El verdadero escándalo, sostienen sus defensores, son los negocios turbios de Hunter Biden, una táctica de desviación. Trump lleva tiempo acusando a sus opositores de hacer lo que él hace, como decir que Biden utiliza el departamento de justicia para sus propios fines, y hay que recordar que eso es lo que hizo Trump cuando era presidente. ¿Qué podría romper el hechizo? Una condena de Trump podría hacerlo tambalear, pero más seguro es que exacerbe el ánimo de sus seguidores dentro y fuera del gobierno.