Las consecuencias de Mar a Lago

Por Guillermo Descalzi
Escritor, Periodista y Antropólogo

Estamos en un momento inédito en nuestra historia, cuando uno de los dos grandes partidos del país se lanza contra de las instituciones del gobierno nacional, con ataques al FBI y el departamento de justicia. Estos se suman a los que Trump implementó durante su gobierno contra la CIA y los órganos de inteligencia del país, los que utilizó para cambiar la política exterior de los Estados Unidos con su acercamiento a Rusia y regímenes como el de Corea del Norte, yendo contra la OTAN y contra la defensa americana de la democracia en el mundo.

¡Bárbaros en mi puerta!

Al inicio fue sólo Trump. Hoy son Trump y el partido Republicano al que tiene cogido por el cuello, y que en vez de dar pataletas para soltarse lo que hace es arrodillarse a sus pies.

Paradójicamente, Trump está tomando la incursión del FBI a su residencia en Palm Beach como un “plus” en su intento por volver. Y es que esta incursión le sirve para mostrarse nuevamente cono víctima del gobierno, lo que él llama el “Deep State”, el gobierno profundo, y le sirve para seguir atacando a las instituciones de la democracia americana.

Trump, que se autorretrata como víctima de una cacería de brujas, es un enamorado de los gobiernos autoritarios. Basta ver su amor hacia Putin y Kim Jong Un, y así es como quisiera ser. Es, con toda claridad, un aspirante a dictador.

Lo sumamente extraño en esto es la manera en que el partido republicano entero se ha alineado detrás suyo. Son Trump y “su” partido en un ataque frontal contra la democracia americana y sus instituciones.

Vuelta de tuerca

Hay, entre sus partidarios más extremos, quienes llaman a una movilización para defender a su campeón, víctima de las fuerzas oscuras del “gobierno profundo”.

La incursión del FBI en su hogar apela a sus creyentes, y escribo creyentes porque el culto a Trump parece eso, un culto, para el cual el diablo vive en Washington y hay que ir a someterlo.

La acción de Merrick Garland, el fiscal general, ha adelantado la polarización en el país, promovida por alguien para quien nada parece estar fuera de lo posible. Su poder para transformar la realidad es tan inmenso que está utilizando la incursión contra su casa para ayudarlo a destrozar el sistema democrático.

Tras darle la vuelta a la realidad y decir que le robaron las elecciones, cuando ha sido él quien intentó robársela, ahora se dedica a un feroz asalto contra el gobierno. Otra razón por la que lo hace -aparte de su ambición- es para asegurar la impunidad en su racha de crímenes contra la democracia y despejar el camino para hacerlo todo de nuevo.

Nada en su historia sugiere que vaya a suspender su campaña por algún sentido de decencia o vergüenza. Por lo contrario, le da aún más razones para fomentar la desconfianza y el odio.

La Constitución, que establece los requisitos para ser presidente, no menciona la cuestión de antecedentes penales. Estados Unidos se enfrenta a la posibilidad de un candidato acusado mientras hace campaña contra el estado de derecho, y si es condenado la explosión sería inmediata. Los portavoces del extremismo en el partido no harán nada por contenerla.

Tiempos agitados

Lo que es peor, si pierde esa elección, no es necesaria mucha imaginación para pensar lo que ocurriría entonces. Estados Unidos se enfrenta a un par de años turbios de aquí a noviembre del 2024. En improbable que los legisladores que se arrastraron hacia Trump después de la revuelta del 6 de enero lo abandonen por un delito como el de hacerse con documentos clasificados, y Trump ha demostrado lo escurridizo que puede ser.

¿Por qué actúa así? La respuesta está en la fuerza de su necesidad, el narcisismo en su alma. Es la fuerza que lo impulsa, la que lo hace incontenible en su vida pública, el agujero negro en el centro de nuestra política, una fuerza que está deformando los principios del estado de derecho que hemos creado a lo largo de 246 años de independencia. La esperanza es que este estado tenga el peso suficiente para sobrevivir en la contienda.

Esto no quiere decir que la salida sea una victoria demócrata. No, la salida a esta crisis está en que el verdadero conservadurismo republicano, el de siempre, el tradicional hasta el encumbramiento de Trump, que este conservadurismo vuelva a su lugar en el partido y ponga la aberración en su sitio.

Abran los ojos, no se confundan: La contienda está en marcha.

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