Por Guillermo Descalzi
Estados Unidos no se fundó como una democracia plena. Inicialmente el voto se permitió sólo a hombres blancos y ricos, pero a lo largo de los siglos nos hemos ido acercando más al ideal democrático, un movimiento que se ha encontrado, y sigue encontrándose, con gran resistencia.
Estamos entrando a una nueva era de resistencia extrema, de supremacía y oligarquía blanca, inquieta por mantener su poder mediante una redefinición de la democracia. Son gente que quiere recuperar su país mediante el control del poder y la narrativa de la historia.
Pero las proyecciones confirman la importancia de las actuales minorías como motor principal del crecimiento futuro ante una población blanca en declinación. Se estima que para 2045 Estados Unidos se convertirá en un país de minoría blanca. En ese año la población se constituiría por blancos en un 49.7%, 24.8% de hispanos, 13.3% afroamericanos, 8.1% asiáticos y 4.1% multirracial.
¿Cómo mantiene su control un segmento que va perdiendo su mayoría numérica? Un gran sector de esta evanescente mayoría está empeñado en blanquear la política americana para contrarrestar su pérdida. Quiere una democracia más pequeña, que excluya a muchos al tiempo que se otorgue más poder a si misma.
El 6 de enero Donald Trump, alborotando a los que intervendrían en la revuelta del Capitolio, les dijo: “Luchemos como el infierno, no tendrás país si no luchas como el infierno (Fight like Hell).“
Cinco meses después, Mitch McConnell luchó como el infierno para bloquear una comisión bipartidista que investigue la insurrección. Estados Unidos no dejará de ser su país, lo que busca es que no sea tan democrático. Los insurrectos quieren lo mismo que él y el partido republicano que los protege.
La mayoría de senadores republicanos no pudo votar por la comisión porque quienes participaron en la insurrección eran suyos, su gente, sus votantes. No querían destruir la democracia tanto como encajonarla para que su voz tenga más peso.
Nuestro anterior presidente nacionalista blanco, Trump, les dijo a los suyos en clave y a veces abiertamente, que la supremacía blanca está en peligro en esta nación blanca que honra la cultura y el legado de los blancos. ¿Estará bien? Depende de a quién se lo preguntemos.
Los blanqueadores del Congreso se negaron a defender la democracia de la turba que vino a acabar con ella, pero no sólo son republicanos los que buscan encajonar la democracia. Allí tienen, para ejemplo, al senador demócrata de West Virginia, Joe Manchin, por eso hablo de blanqueadores y no de republicanos, gente que quiere colocar la democracia en un molde más apetecible a ellos.
Trataron de limitar el número y tipo de votantes y tener la opción de anular votos, como en Texas, donde buscaron que un juez declarará nula una elección sin siquiera haber determinado quién votó o cómo.
Otra parte de la limitación deseada está en impedir que haya más gente que adquiera la ciudadanía. Se proyecta que la inmigración superará el aumento natural del país en 2030, como principal impulsor del crecimiento. Este es uno de los mayores obstáculos para una reforma migratoria ante la posibilidad de más ciudadanos hispanos, dos tercios de ellos votantes demócratas, por cierto.
No necesitarían esto si apoyaran elecciones justas, salarios dignos, cuidado infantil y atención médica asequibles, por nombrar sólo algunas cosas. Los blanqueadores no necesitarían entonces manipular distritos electorales o aprobar leyes restringiendo a la mayoría para conservar ellos su poder.
Por otro lado, el G.O.P. se está transformando para favorecer el blanqueamiento del gobierno. Libra una guerra cultural y arroja por la ventana a quienes dicen la verdad, en busca de un acto electoral cada vez más restringido. Es una versión de la democracia que será insostenible a largo plazo.
El blanqueadurismo no podía mantener a Trump como su figura más allá de la vida de él, pero tampoco pudo ganar con él. ¿Qué hizo? Reprimir el voto, buscar que se desconfíe de las elecciones e instituciones y utilizar sus mayorías estatales para promover su control. ¿Será eso una verdadera democracia?
¿Quo Vadis, Estados Unidos, ¿a dónde vamos? ¿Qué dicen?